viernes, 5 de agosto de 2016

Haciendo camino al andar...

Mi trayectoria académica como alumna de la FFyL de la UNCuyo duró 16 años (1999-2015), lo suficiente como para analizar la evolución de las TIC en mi formación como docente. ¿No les parece?
Hete aquí mi análisis.

Hace 15 años, en el segundo año de mi carrera, si me hubieran pedido que definiera los siguientes términos, el resultado habría sido el siguiente:
*red: un tejido de hilos plásticos que divide al medio una cancha de voley. Y bueno, esa era para mí la más conocida. ¡Ni las medias de red existían!
*Navegar: subirse a un barco y zarpar.  Y listo... Paremos de contar.
*Navegar en red: una metáfora oscura. Imposible que mi mente estableciera una analogía.
*Correo electrónico: no sabe, no contesta.
*Redes sociales: clubes donde la gente, socios o miembros de la misma comunidad, se reunían con distintos fines.  
*Web: apócope de güevada. Me guardo otras cosas que me vienen a la cabeza.
*Aplicación: lo que se necesita para estudiar y terminar la carrera en tiempo y forma (algo que a mí,  evidentemente, no me caracterizó).  
*Digitales: las huellas, esas que dicen que somos únicos e irrepetibles, como el ADN, también llamadas dactilares.
*Video: eso que pasaban por la tele en algún que otro programa de música.
*Celular: perteneciente o relativo a la célula.
*Virus: gripe, meningitis o sida (en aquellos años estaba en boga). También podía ser para mí, que ya contaba con unos añitos, un grupo musical de los '80, autor de Hay que salir del agujero interior, por ejemplo.
*Viral: enfermedad contagiosa.

Y así...

Ahora, esto no era privativo de mi condición: una persona que viajaba a estudiar desde Lavalle, desde una zona que limitaba con el más pleno desierto lavallino. No. Esto era un estado compartido por casi todos mis compañeros. Estos términos no existían en nuestro vocabulario porque no conocíamos las realidades a las que hoy designan. Sencillamente, no existían ni la forma ni el contenido. Escasa y tímidamente, algunos hablábamos de PC, disquetes, word y excel. Podíamos imprimir en impresoras de matriz de punto. Yo tenía una Epson, recuerdo.

Esto era todo el conocimiento tecnológico con el podía/mos contar allá por el 2001.

En la facultad esto se notaba. Así, pedir libros prestados en la biblioteca, una tarea tan sencilla hoy, para nosotros implicaba un proceso que comenzaba con la búsqueda en los ficheros de la sala de lectura. Se rastreaba la ubicación de la obra en abultados cajoncitos en los que las citas bibliográficas estaban ordenadas alfabéticamente, por autor, y en el margen tenían un número y una letra mayúscula escritos con lápiz, que indicaban la ubicación en el anaquel.
Trabajo era buscarlos y trabajo también era registrarlos.  
¿A quién no le habrá ocurrido pasar un tiempo bastante largo tratando de encontrar la ubicación del libro, pero al llegar a la biblioteca, escuchó: "está prestado", "se ha perdido", "no sale a domicilio" o "está mal la ubicación"? Tiempo perdido.


Con el correr del tiempo y los avances tecnológicos , llegó el día en que descubrí el concepto de "fácil acceso a la información". Fue cuando apareció una computadora en la sala de lectura de la facultad y al lado de ella había una persona que guiaba a los alumnos en la búsqueda digital de las ubicaciones de los libros.
Ese fue el momento, en que comenzamos a notar que algo estaba cambiando. Los materiales eran accesibles, fáciles de encontrar, y además, los hallábamos en nuestra biblioteca, en las de otras facultades y a la Central. Por lo tanto, no implicó sólo rapidez en la búsqueda, sino también una ampliación de los recursos.

Por otro lado, simultáneamente, hasta ese momento, había pocas formas de compartir información entre compañeros: una era la fotocopia y la otra, en el mejor de los casos, el disquet. Los apuntes se fotocopiaban, los libros se fotocopiaban, las filminas que presentaban los profesores en las clases se fotocopiaban. Todo. Y nada era más tedioso que hacer fila en la fotocopiadora.  Hasta que nos enteramos de que existía internet.
Está bien, convengamos que la teníamos, pero dosificada: en la sala de informática de la facultad podíamos usar internet con la condición de haber pagado el carnet de biblioteca; en la biblioteca central, pagábamos un peso por hora, cual ciber.

A todo esto, los profesores seguían -sin moverse ni un ápice- inmersos en sus clases magistrales, con la tiza y el pizarrón, las fotocopias y las filminas (que eran lo más avanzado hasta el momento). Tradición era tradición, costumbre era costumbre. ¿Videos? ¿Power points? ¿Actualización a través de la red de redes? No eran recursos posibles de utilizar por dos razones, una material y otra personal: la primera era la escasez de herramientas y, además, internet comenzaba a ser conocida, y la segunda, el miedo.

Cuando los alumnos empezábamos a hablar de artículos o autores que habíamos descubierto en nuestras incipientes navegaciones en la red, los profesores se ponían en guardia y tendían a cercenar el desarrollo con el argumento "internet no es confiable".
No obstante, como todo cambio de este tipo, no hubo forma de detenerlo y a mí, personalmente, me cautivó.
Entonces, llegaron tiempos en que el olorcito del papel me gustó tanto como los formatos ePUB y pdf; tiempos en que escribir manuscrito o digital me empezó a dar lo mismo; tiempos de valorar otras formas de aprender y de adquirir conocimientos, tiempos de perderle el miedo al cambio y de aprovechar todo lo que él nos provee, tiempos de correr riesgos y de emprender desafíos.

En este proceso, la facultad tuvo algo que ver también, pues estos planteos fueron acompañados por profesoras entusiastas, inquietas y curiosas, de las cuales también había algunas y que al llegar al final de mi carrera encontré en Didáctica de la Lengua y la Literatura. Con ellas empecé a hablar de las TIC en el aula y con ellas aprendí que hoy los docentes no tenemos límites en materia de herramientas, que nuestro único límite es la credibilidad.
Así hoy, escribo esta entrada desde una tablet; en mi trabajo,
antes que una clase magitral(mente aburrida), prefiero que haya otros recursos que la hagan más entretenida y dinámica; corrijo desde mi celular y leo de todas formas y en todos los formatos...
No sé cuán bien lo hago, pero me animé. Eso ya es bastante.



Por eso, no me arrepiento de haber extendido mi carrera tres veces más de lo que correspondía, pues empecé creyendo que sólo se podía adquirir conocimiento en los libros y ahora lo busco y lo persigo por diferentes caminos y medios. Mis compañeros inseparables son un libro y una máquina, ambos van conmigo a todos lados.
Ahora, pregúntenme por los conceptos del principio...




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